PEDRO Y EL LOBO
Érase una vez un
pequeño pastor que se
pasaba la mayor parte de su tiempo paseando y cuidando de sus ovejas en el campo de un
pueblito. Todas las mañanas, muy tempranito, él hacía siempre lo mismo. Salía a
la pradera con su rebaño, y así pasaba su tiempo.
Muchas veces, mientras veía pastar
a sus ovejas, él pensaba en las cosas que podía hacer para divertirse.
Como muchas veces se
aburría, un día, mientras descansaba debajo de un árbol, tuvo una idea. Decidió
que pasaría un buen rato divirtiéndose a costa de la gente del pueblo que vivía
por allí cerca. Se acercó y empezó a gritar:
- ¡Socorro, el lobo! ¡Que viene el lobo!
La gente del pueblo cogió lo
que tenía a mano, y se fue a auxiliar al pobre pastorcito que pedía auxilio, pero cuando llegaron allí,
descubrieron que todo había sido una broma pesada del pastor, que se deshacía en risas por el
suelo.
Los aldeanos se enfadaron y
decidieron volver a sus casas. Cuando se habían ido, al pastor le hizo tanta
gracia la broma que se puso a repetirla. Y cuando vio a la gente
suficientemente lejos, volvió a gritar:
- ¡Socorro, el lobo! ¡Que
viene el lobo!
La gente, volviendo a oír,
empezó a correr a toda prisa, pensando que esta vez sí que se había presentado
el lobo feroz, y que realmente el pastor necesitaba de su ayuda.
Pero al llegar donde estaba
el pastor, se lo encontraron por los suelos, riendo de ver como los aldeanos
habían vuelto a auxiliarlo.
Esta vez los aldeanos se
enfadaron aún más, y se marcharon terriblemente enfadados con la mala actitud
del pastor, y se fueron enojados con aquella situación.
A la mañana siguiente,
mientras el pastor pastaba con sus ovejas por el mismo lugar, aún se reía
cuando recordaba lo que había ocurrido el día anterior, y no se sentía
arrepentido de ninguna forma.
Pero no se dio cuenta de que,
esa misma mañana se le acercaba un lobo. Cuando se dio media vuelta y lo vio,
el miedo le invadió el cuerpo.
Al ver que el animal se le
acercaba más y más, empezó a gritar desesperadamente:
- ¡Socorro, el lobo! ¡Que
viene el lobo! ¡Que va a devorar todas
mis ovejas! ¡Auxilio!
Pero sus gritos han sido en
vano. Ya era bastante tarde para convencer a los aldeanos de que lo que decía
era verdad.
Los aldeanos, habiendo
aprendido de las mentiras del pastor, esta vez hicieron oídos sordos. ¿Y lo qué
ocurrió? Pues que el pastor vio como el lobo se abalanzaba sobre sus ovejas,
mientras él intentaba pedir auxilio, una y otra vez:
- ¡Socorro, el lobo! ¡El
lobo!
Pero los aldeanos siguieron
sin hacerle caso, mientras el pastor vio como el lobo se comía unas cuantas
ovejas y se llevaba otras tantas para la cena, sin poder hacer nada,
absolutamente.
Y fue así que el pastor
reconoció que había sido muy injusto con la gente del pueblo, y aunque ya era
tarde, se arrepintió profundamente,
y nunca más volvió burlarse ni a mentir a la gente.
FIN